Trieste: mil y una historias 1

Trieste: mil y una historias sobre las fronteras (Primera parte)

El viento que más temían los antiguos griegos era el viento del norte: Bóreas. Según las representaciones mitológicas, escultóricas y pictóricas llegadas hasta nuestros tiempos se trataba de un hombre barbudo, con una melena revuelta y las mejillas hinchadas en el acto de soplar.
En la ciudad de Trieste, en el extremo noreste de Italia, sopla un viento que, aunque no rapte a las jóvenes como narra la historia de Bóreas y Oritía, tiene un nombre parecido, Bora, en referencia al viento septentrional, boreal; sopla desde el este o el noreste y zarandea las existencias de los ciudadanos durante algunos días del año, cada año, con ráfagas secas y repentinas que pueden alcanzar los 150 km/h y que los triestinos llaman refoli. Es probable que quien visite la ciudad tope con algunas reproducciones de antiguas postales humorísticas en las que la bora está dibujada mientras vuelca la ciudad entera, habitantes incluidos; ilustraciones de objetos y hombres volantes; imágenes similares a las que hace medio siglo fueron captadas por el objetivo del triestino Ugo Borsatti que en días de fuerte viento fotografió a los ciudadanos mientras se agarran con fuerza a las cuerdas tendidas a lo largo de las aceras.
Es una historia urbanístico-meteorológica parecida a la de otra ciudad que no queda muy lejos de aquí, Venecia, cuyo destino es convivir con las altas mareas y con las botas de goma y las pasarelas que permiten a los venecianos, y a los turistas, desplazarse por la ciudad a pesar del acqua alta. A su bora Trieste ha dedicado un museo y de ella han hablado algunos de los numerosos escritores y viajeros que nacieron o vivieron en Trieste. Entre ellos Giani Stuparich, el autor triestino de Isla, que escribió para su viento un breve texto titulado precisamente 'La bora' en el que la recuerda como un verdadero momento y movimiento de renovación que baja desde las colinas y llega hasta el mar, llevando consigo el olor de los pinos y las piedras y devolviendo a la ciudad colores límpidos y tersos. En años más recientes, precisamente en 2006, otro escritor triestino, Mauro Covacich, ha publicado una guía de la ciudad con el afortunado título de Trieste sottosopra (que podría traducirse con Trieste, patas arriba), donde define la bora como “una perfecta síntesis del espíritu de la ciudad”, porque, explica Covacich, nace del encuentro entre un clima nórdico y un clima mediterráneo, al estar situado Trieste entre la extremidad de un mar caliente y, tierra adentro, el frío altiplano del Carso.
La descripción de la bora que propone Covacich se podría utilizar para profundizar más aspectos de la ciudad, sus palabras nos sugieren otras, como contrastes, contradicciones, encuentros y conflictos, cercanías y lejanías; son términos de los que no se puede prescindir a la hora de intentar narrar esta tierra. En efecto, es también un oxímoron la figura que se encuentra en los versos de Umberto Saba, el poeta de Trieste, cuando en su colección Trieste y una mujer (1910-1912) escribe: ”Trieste tiene una arisca / gracia. Si gusta, / es como un rudo y voraz granuja, / de ojos azules y manos demasiado grandes / para ofrendar una flor; / como un amor con celos” y en el poema Tres calles: “En Trieste donde las tristezas son muchas, / y las bellezas de cielo y de barriada, / hay una cuesta que se llama Via del Monte. / Comienza con una sinagoga, / y termina en un claustro […]”.
Desde su “extrema orilla de Italia, donde la vida aún es guerra”, Saba habla de lugares sagrados, de un lugar de culto judío y de otro católico y precisamente cita la sinagoga ashkenazí, que es hoy la sede del Museo de la Comunidad Judía y que antaño fue una de las cuatro pequeñas sinagogas presentes en la ciudad hasta el 1912 cuando se construyó la actual Sinagoga Templo Israelí. Sin embargo, además de la sinagoga y los bellos lugares de cultos católicos como la Iglesia de San Silvestre, la de San Antonio, de Santa María Maggiore y la catedral de San Justo, Trieste hospeda la Iglesia griego-oriental de San Nicolò, edificada en 1787 en las Rive, justo delante del mar, la Iglesia serbo-ortodoxa de San Spiridon inaugurada en 1868 y una iglesia evangélica luterana que remonta al 1874, cuyo culto ya se había difundido en el siglo anterior, cuando Trieste, declarada puerto franco, alojaba a muchos mercantes luteranos.


Text: Nicoletta De Boni © CapGazette
Foto: © Gianni Berengo Gardin, ‘Trieste 1984’ en G. Berengo Gardin, ‘Italiani’, © Federico Motta Editore, 1999.

Mayo 2014