Trieste: mil y una historias. Segunda parte

Trieste: mil y una historias sobre las fronteras (Segunda parte)

Que Trieste sea un lugar donde los extremos se tocan aparece con claridad incluso antes de entrar a la ciudad: si en un día de sol y cielo despejado, llegando desde el oeste, es decir desde Italia, se recorre la carretera que flanquea la costa, serán la dulzura del mar por un lado y las rocas del Carso por otro las que acompañarán al viajero hasta la ciudad. A lo largo de esta carretera surge, en frente del Mediterráneo más nórdico, el castillo de Miramar, construido en 1860 por Maximiliano, emperador de México y hermano del emperador de Austria Francisco José. Muerto Maximiliano, pocos años después de que estuviera acabado, el palacio siguió siendo la demora de su esposa Carlotta y alojó en varias ocasiones a la princesa Sissi.
Existe un pequeño libro de Trieste, publicado en 1951 por ‘Edizioni dello Zibaldone’, que recoge 21 impresiones sobre la ciudad escritas entre 1793 y 1887 por personalidades más y menos conocidas. Entre ellas se encuentra una del mismo Maximiliano que, más que otra cosa, apreciaba al llegar a Trieste el panorama del que se podía gozar desde la localidad de Opicina, la puerta de entrada para quien llegaba del Norte. Lo considera “uno de los más maravillosos en el mundo”: la vista sobre el mar, las viñas y el clima que poco a poco se hace más templado, “la primera muestra del Sur, anuncio de Italia”. Este es el paisaje que fascina a otros escritores nórdicos como Hans Christian Andersen y Henrick Ibsen que llega a Trieste en 1864 y que se queda impresionado por “la claridad límpida y brillante como el mármol blanco” de este sur.
En el mismo volumen se recogen también los recuerdos de Sir Richard Burton, a cuya figura la ciudad dedicó hace unos años una exposición titulada “Las mil y una historia de Richard Burton (1821-1890). Vida nómada y final triestino de un inglés de Oriente”. Diplomático inglés que terminó su carrera en Trieste, Sir Burton fue un incansable explorador y viajero en África, América del Sur y Asia; un sutil estudioso orientalista y arqueólogo; un polígloto traductor de Las mil y una noches y el Kama Sutra; un experto de esgrima y pugilato. Su biografía, relatada por su esposa Isabel, nos reconduce a la Trieste de la segunda mitad del siglo XIX, ciudad en la que se habla una amplia diversidad de idiomas y en la que viven eslavos, italianos, austriacos, ingleses, judíos y griegos.
Hoy en día en Trieste se habla el italiano, el esloveno y el dialecto triestino. Uno de los representantes de la minoría eslovena es el escritor Boris Pahor, testigo, con su novela autobiográfica Necrópolis, de los horrores perpetrados en los campos de concentración. Los temas tratados por Pahor en sus obras y entrevistas están estricta y tristemente relacionados con la historia de Trieste, ciudad que desafortunadamente puede lucir la presencia, en su territorio, de la Risiera (arrocería) di San Sabba, el único campo de concentración nazi en Italia, y de la Foiba di Basovizza.
El término foiba indica las profundas cavidades de las rocas del Carso, aquellas donde fueron arrojados miles de italianos, eslovenos y croatas, exfascistas o anti comunistas. Basovizza ha sido también, hasta hace pocos años, una de las localidades fronterizas donde por las noches solían llegar los prófugos que huían del Este cruzando los bosques. En su guía Trieste sottosopra, Mauro Covacich advierte que cuando se suele remarcar la alegría de vivir típica de los triestinos, sería preciso recordar la Risiera y la Foiba y tal vez sospechar que el entusiasmo hacia la existencia esté relacionado no sólo con la presencia del mar, sino también con el deseo de remoción del dolor.
La biografía ochocentista de Richard Burton refleja una vez más la belleza de la vista de Opicina y la fuerza de la bora. Sin embargo, en sus páginas, su viuda habla también de lo que constituye la verdadera ruina de la ciudad: una política tan estéril que agota todas aquellas energías que en cambio podrían invertirse en el desarrollo de la ciudad. La señora Burton nos cuenta además que - en aquel entonces - un austriaco nunca invitaría a un baile a una italiana, ni un italiano iría a un concierto de una cantante austriaca y que cuando en el 1882 se inaugura la exposición internacional, los italianissimi organizan revueltas y bombardean todos aquellos lugares por donde pasan los austriacos. Entre los autores de uno de esos atentados se encuentra Wilhelm Oberdank, sucesivamente capturado y, pocos días después, ahorcado. Es así como Guglielmo Oberdan (en la traducción italiana de su nombre esloveno), celebrado hoy en día como mártir de la patria, llega a ser definido por Isabel Burton como “un nihilista, más bien que un discípulo de Orsini”.
Cabe quizás recordar que Felice Orsini fue un revolucionario que en 1858 acabó sus días bajo la guillotina, tras un fracasado atentado contra Napoleón III. En el atentado Orsini había utilizado una bomba que él mismo había ideado y que desde entonces lleva su nombre. Se trata de la misma que Antoni Gaudí inmortaliza en una escultura de la Sagrada Familia, la Tentación del hombre, donde el demonio entrega una bomba Orsini a un obrero anarquista; este tipo de bomba había estallado en el Teatro del Liceu de Barcelona en 1893.


Text: Nicoletta De Boni © CapGazette
Fotos: Trieste, about 1900; Author: Unknown; Source: Horst F. Mayer, Dieter Winkler: In allen Häfen war Österreich. Edition S, Wien 1987
Junio 2014