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Un síndrome literario

Un síndrome literario, por Luis Soravilla

Lo que más me fastidia de Stendhal es la hache: nunca sé si se escribe Stendhal o Stendahl y siempre me equivoco. Pero, por lo demás, es uno de mis autores favoritos, con los que más me divierto, a los que más admiro.
Escribió como vivió, de modo impetuoso, apasionado y despreocupado.
La primera vez que estuvo en Italia vestía el uniforme de dragones del ejército francés. Lo empleó en el campo de batalla y en el teatro de la ópera, y fue en Italia donde comenzó a escribir. Luego abandonó el ejército, pero a las órdenes de la administración bonapartista viajó por toda Europa y fue testigo directo de la campaña de Rusia. Roma, Nápoles y Florencia (1817) comienza con el recuerdo de esa cruel derrota. Stendhal se dice incapaz de apreciar la belleza de un paisaje nevado desde que vivió la Gran Retirada. De refilón, recuerda cuando tapiaban las ventanas de un hospital de campaña con los miembros amputados a los heridos, siniestros ladrillos que evitaron la muerte por congelación de los que ahí se habían refugiado de la tormenta.
Así, con esa imagen aterradora, Stendhal deja atrás la nieve y el hielo y se adentra en la que sería su patria de adopción, Italia, en el relato de su primer gran viaje a Italia. Deja atrás el frío del norte y se adentra en el cálido sur.
En Roma, Nápoles y Florencia se muestra locuaz y divertido, encantado de conocerse, felicísimo de estar ahí. Cuando no acierta a rescatar de la memoria tal o cual suceso, no tiene reparos en inventárselo y nos contagia su alegría. Por eso, siempre, siempre, recomiendo comparar este texto con los diarios del viaje a Italia de Goethe. El alemán es sutil, bello, elegante, intelectual, mientras Stendhal es vital, sensual, de ninguna manera contemplativo. Tan próximos, tan diferentes.
Con todo, es Stendhal el afortunado a la hora de bautizar el síndrome más poético de los desórdenes psicológicos pasajeros, el famoso y reconocido síndrome de Stendhal.
El síndrome fue descrito por vez primera por una psiquiatra florentina, Graziella Margherini. Es una crisis de ansiedad que desemboca en un episodio depresivo. Suele ser pasajero. La contemplación de tanta belleza en personas sensibles y predispuestas a ello parece ser la causa y en Florencia no faltan bellezas que contemplar.
La doctora Margherini tuvo a bien inspirarse en un fragmento de Roma, Nápoles y Florencia, el que describe el agotamiento de Stendhal después de visitar la Santa Croce.
Traducido por Elisabeth Falomir, el fragmento dice así:
«Estaba ya en una suerte de éxtasis ante la idea de estar en Florencia y por la cercanía de los grandes hombres cuyas tumbas acababa de ver. Absorto en la contemplación de la belleza sublime, la veía de cerca, la tocaba, por así decir. Había alcanzado ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes inspiradas por las bellas artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de la Santa Croce, me latía con fuerza el corazón; sentía aquello que en Berlín denominan nervios; la vida se había agotado en mí y caminaba temeroso de caerme.»
La editorial Gadir publicó El síndrome del viajero (Diario de Florencia), un fragmento de Roma, Nápoles y Florencia, del que he copiado el párrafo anterior. Como es un libro pequeñito, me lo llevé conmigo la última vez que estuve en Florencia y tan pronto salí de la Santa Croce, en una suerte de éxtasis, me senté en un banco frente a la iglesia, abrí el librito y leí. También sentí que la vida se había agotado en mí y caminaba temeroso de caerme.
Pero tengo que añadir que ya llevaba varios días en la ciudad y pocas veces había caminado tanto en mi vida. Aunque fue un momento emocionante ¡y vaya si lo fue!, tengo que señalar que la mayor parte de las veces se confunde el síndrome de Stendhal con puro agotamiento, insolación o deshidratación, y siento restarle emoción al cuento. Aunque la emoción la pone cada uno a lo que siente, por qué no. Si bien es cierto que casos clínicos de tan particular ansiedad se dan pocas veces al año en Florencia, se dan, y si un turista como un servidor de ustedes se emociona y confunde que no puede con su alma físicamente con una sobrecarga emocional de su espíritu y le hace ilusión, bendita sea su inocencia si con ello es feliz. Es posible que existan otros síndromes literarios. Sin ir más lejos, Freud nos propone el complejo de Edipo y detrás de ése, tantos otros. Pero el síndrome de Stendhal es el más apasionado, inofensivo y bello de todos, al menos en su forma más leve, y procura divertimento y solaz a tantos turistas agotados por su peregrinación de monumento en monumento. La ocurrencia de la doctora Margherini merece un aplauso.
Ajeno a la fortuna que tendría su descripción de la emoción y el agotamiento que sintió después de visitar la Santa Croce, Stendhal siguió viajando y escribiendo. Regresó a Italia tiempo después, y viajo por la península varias veces antes de morir, finalmente, mientras aseguraba que él era más italiano que francés, algo que los franceses atribuyeron a su excentricidad, al puro capricho de un tipo voluble y singular.
El epitafio de su tumba está escrito en italiano. Dice:
«Arrigo Beyle, milanese. Scrisse, amò, visse Ann. LIX M. II. Morì il XXIII marzo MDCCCXLII»
El amigo Beyle, milanés. Escribió, amó, vivió.
Texto: ©Luis Soravilla
CapGazette, junio 2015