The Postman's Park, Londres
Un discurso, bien hecho, sobre los ritmos de la ciudad de Londres merece la autoría de quien en ella vive o, por lo menos, de quien bien la conoce, yo que paso aquí algunos días de mis vacaciones sólo podré decir que el frenesí que me rodea es impetuoso, apasionante, incluso hilarante. Sin embargo, de la hilaridad al susto, el paso puede ser muy corto y habrá que admitir que este vaivén de velocidades a veces extenúa o tal vez preocupa, aunque se observe desde cierta distancia. Ahora mismo es la distancia de quien anda lentamente, descansa en un banco sin prisa alguna, sin obligaciones.
Ya saben que, afortunadamente, Londres también ofrece a todos una infinidad de lugares al aire libre donde detenerse, tomar tiempo, interrumpir la marcha rápida. A menudo se trata de jardines, parques, tal vez cementerios. Quiet corners. Aquí va uno.
Si un día se encontraran en la zona de la catedral de San Pablo, ya dentro de los límites de la City, les aconsejaría que se escondieran durante unos minutos en el Postman’s Park. Hasta el 1912, año de su demolición, a poca distancia de aquí se hallaba la Oficina Central del General Post Office del Reino Unido y, de hecho, nuestro ‘parque del cartero’ se define así porque era aquí donde sus empleados se encontraban a la hora de comer. Una vez en el interior, los ruidos se amortiguan y el ritmo cardiaco nuestro y de la ciudad entera ralentizan. La pequeña galería que aparece en uno de los lados del parque es el ‘Memorial to Heroic Self Sacrifice’, ideado por el pintor y escultor simbolista George Frederick Watts.
En ocasión del 50º aniversario de la coronación de la reina Victoria, Watts había propuesto al ayuntamiento de Londres que se celebrara la fecha con la edificación de un monumento dedicado a aquellos héroes desconocidos que habían perdido su vida para salvar otra. El pintor estaba convencido que el recuerdo de aquellos muertos proporcionaría a sus conciudadanos un modelo de comportamiento y un ejemplo de rectitud que valdría la pena seguir. En una carta que envió al Times en septiembre de 1887, Watts comentaba: «It must surely be a matter of regret when names worthy to be remembered and stories stimulating and instructive are allowed to be forgotten. It is not too much to say that the history of Her Majesty's reign would gain a lustre were the nation to erect a monument, say, here in London, to record the names of these likely to be forgotten heroes.»
Su propuesta, que inicialmente preveía que se construyera en Hyde Park un camposanto con los nombres de los desaparecidos gravados sobre una larga pared de mármol, nunca se tomó verdaderamente en cuenta. Sin embargo, él y su mujer Mary no abandonaron su idea. Mientras empezaba a donar algunas de sus obras a la Tate Gallery y se dedicaba a la nueva Watts Gallery que estaba surgiendo al sur oeste de Londres, el pintor seguía guardando los recortes de los diarios donde se narraba la muerte desgraciada, pero igualmente heroica, de un londinense.
En realidad, más tarde, cuando por fin su peculiar camposanto se realizó e inauguró en el verano de 1900, en la galería sólo se conmemoraban cuatro de aquellas ejemplares víctimas; en los años siguientes, fueron añadidos unos cincuenta nombres más. El nombre del fallecido y la causa de su muerte se escribieron sobre azulejos, algunos decorados por el artista William De Morgan (1839-1917), otros producidos por los alfareros de la famosa ‘Doulton of Lambeth’.
Respetando las voluntades del señor Watts, leeremos algunos, contribuyendo de tal manera a rescatar del anonimato unos humildes salvadores y nunca se sabe, tal vez nos sirva también para convencernos de que cuando llegue el momento de salir de aquí tendremos a nuestro héroe al lado, entre esos rapidísimos londoners…