Trieste. Mil y una historias 3

Trieste: mil y una historias sobre las fronteras
Tercera parte

Antiguo puerto del Imperio Austro-húngaro, Trieste ha sido hasta hace pocos años, la verdadera puerta de entrada a Oriente, al Este o, mirándola desde el otro lado, la frontera que había que cruzar para alcanzar el Occidente de la Vieja Europa. El viajero que se encamine hacia la ciudad, una vez en ella, leerá los odónimos y percibirá lo importante que puede llegar a ser precisamente para un lugar fronterizo y una tierra de varias pertenencias o abandonos buscar una identidad, encontrar uno o más nombres para definir su propio hogar y escoger un idioma en el que pronunciarlos.
En la obra Trieste. Una identidad de frontera, Angelo Ara y Claudio Magris, quizás el triestino más famoso hoy en día, subrayan como Trieste dejó de ser un “archipiélago y crisol de culturas” a partir del 1848, cuando empezaron las luchas nacionales y se fueron desarrollando las polémicas y el aislamiento entre una comunidad y otra. La nación triestina “hasta ese momento había concebido su italianidad como elemento cultural, mientras que ahora empezaba a sentirla como un objetivo político”.
Confiando en Claudio Magris, que nos sugiere que al fin y al cabo la verdadera patria de la “triestinidad” reside en su literatura, nos acercamos ahora a algunos de sus conciudadanos 'de letras'.
Aron Hector Schmitz, más conocido entre los lectores con el nombre de Italo Svevo, cumplió en Trieste veinte y un años el 19 de diciembre de 1882, precisamente el día anterior a la muerte de Guglielmo Oberdan, aquel símbolo de la italianidad política que fue ahorcado cuando aún gritaba ‘Evviva l’Italia. Evviva Trieste libera!’. Diez años después, Svevo publicó su primera novela Una vita, pero será sólo a partir del 1907 que el escritor empezará a dedicarse más intensamente a la literatura. Aquel año conoció a su profesor de inglés, un irlandés con quien solía consultar acerca de sus escritos y que le aportará un fuerte apoyo a la hora de apostar por la escritura, publicar sus obras y difundirlas incluso fuera de Italia. El nombre de este profesor y amigo suyo era James Joyce. En la ciudad que, según el mismo Joyce afirmaba, “le había comido el hígado”, el escritor irlandés vivió desde el principio del siglo XX hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, impartiendo clases de inglés, hablando el dialecto triestino, frecuentando las tabernas y el Cafè San Marco y empezando a redactar los capítulos del Ulises.
La obra maestra de Svevo aparecerá en 1923 con el título de La conciencia de Zeno; se trata de la primera novela de la literatura italiana que puede presumir de una estricta relación con la gran literatura mitteleuropea y de la modernidad narrativa basada en los recientes estudios del psicoanálisis. Voz del hombre moderno que se siente inadecuado para el mundo que lo rodea, con su novela más famosa el escritor supo dar prueba, citando nuevamente a Claudio Magris de “una pasión analítica que disgrega toda unidad con el ánimo de crear un diccionario universal de la vida”.
“Escritores de frontera” es, sin duda alguna, la definición más usada para los autores que nacieron o vivieron en la ciudad; leyendo sus biografías, incluso antes que sus obras, se nos aclara el porqué.
Junto a los escritores ya citados, aquí cabe por fin nombrar al novelista Fulvio Tomizza y su vida errante: nacido istriano-italiano en tierras actualmente croatas, se mudó a Trieste en 1954 y allí residió a lo largo de casi toda su existencia. Pocos años antes, el tratado de paz firmado después de la Segunda Guerra Mundial había establecido los límites de lo que se llamaría ‘Territorio Libero’, un territorio neutral gobernado en parte por los militares aliados (zona A), en parte por los militares yugoslavos (zona B). En 1954, cuando Tomizza decidió dejar su tierra tan amada, la zona A y la zona B pasaron provisional y respectivamente a Italia y a Yugoslavia. Sólo más de veinte años más tarde, se firmó el tratado de Osimo, que declaró definitiva aquella división. Mientras tanto, y concretamente en 1960, el nombre del pueblo de origen de Tomizza, situado en la península istriana, se había convertido en el título de su primera y preciosa novela: Materada, homenaje coral a los distintos caminos que la gente de Istria se vió obligada a recorrer en la mitad del siglo pasado.
Continuando con las escrituras fronterizas, pronunciamos una vez más el nombre de Claudio Magris, cuya literatura no existiría sin los conceptos de frontera, viaje, alteridad, arraigo y desarraigo. Todas sus páginas literarias, desde Danubio a Microcosmos, desde Utopía y desencanto a Otro mar relatan e investigan la relación del ser humano con la frontera, sea ésta personal, geográfica, cultural o temporal. En sus obras se recorren los caminos de acercamiento o alejamiento respecto a aquellas fronteras y aquellos lugares blancos, vacíos, en los que el hombre topa a lo largo de sus desplazamientos o permanencias.
Magris define algunas de las obras maestras de la literatura mitteleuropea como “un diccionario o enciclopedia de la vida”, en cambio cuando nos acercamos a su literatura es como si abriéramos un gran atlas de la humanidad donde los límites y el vaivén entre los microcosmos y el macrocosmo consiguen convertirse en una pertenencia universal. En el capítulo “Desde el otro lado. Consideraciones fronterizas” presente en la obra Utopía y desencanto, el autor recuerda el peso que tuvieron las fronteras en su infancia y adolescencia, el viaje postbélico de los exiliados italianos de Istria y el de los italianos comunistas y estalinistas primero hacia Yugoslavia y luego hacia los gulags de Tito, lugares de los que también habló en Isola nuda (‘Isla desnuda’ – ‘Goli Otok’) la escritora serbia Dunja Badnjiević.
En su reflexión sobre las cuestiones fronterizas, Magris afirma: “La frontera es doble, ambigua; en unas ocasiones es un puente para encontrar al otro y en otras una barrera para rechazarlo. A menudo es la obsesión de poner a alguien o algo al otro lado; la literatura, entre otras cosas, es también un viaje en busca de la refutación de ese mito del otro lado, para entender que cada uno se encuentra ora de este lado ora del otro (…) Hay ciudades que se hallan en la frontera y otras que tienen las fronteras dentro y están constituidas por ellas. (…) En esas ciudades es donde se experimenta de forma particularmente intensa la duplicidad de la frontera, sus aspectos positivos y negativos; (…) Mi educación sentimental ha estado marcada por muchas experiencias de frontera perdida o buscada, reconstruida en la realidad y en el corazón. (…) El mejor modo para liberarse de la obsesión de identidad es aceptarla en su siempre precaria aproximación y vivirla espontáneamente, o sea, olvidándose de ella; (…) Vividas [las fronteras] de esta forma, con simplicidad y afecto, se convierten en una potenciación de la persona”.
Seguimos en Trieste; después de un sube y baja entre los callejones de la ciudad, llegamos a la Piazza dell’Unità d’Italia: en frente del mar, en la parte más oriental de Italia, en la parte más nórdica de las tierras adriáticas, en la parte más meridional de los exterritorios Austro-hungáros y más occidental del Este de antaño, cerca de la frontera con Eslovenia y Croacia. La pregunta, universal, permanece: ¿lejos de dónde, cerca de qué? El individuo sigue buscando su respuesta y la historia, de su parte, le ofrece algunas a través de nuevos éxodos, o conflictos o regresos a casa.


Text: Nicoletta De Boni © CapGazette
En las fotos: 1. Fulvio Tomizza en Materada. 2. Entrada al Territorio Libre de Trieste 3. Claudio Magris en Trieste.
Julio 2014